Comentario
Más conocido desde la Edad Media como Coliseo por su proximidad a la estatua colosal de Nerón, el Anfiteatro Flavio fue el mayor edificio levantado por Roma y quizá el mayor también de toda la Antigüedad. En una muestra de discrepancia con Nerón y con toda su obra, los dos primeros Flavios hicieron generosas donaciones al pueblo romano a expensas de las extravagancias neronianas: Vespasiano construyendo, desde el comienzo mismo de su principado en el año 70, un magnífico anfiteatro para reemplazar al de Estatilio Tauro, destruido en el incendio del 64, en la hondonada en que Nerón había hecho el lago de la Domus Aurea, y Tito edificando en otro sector del mismo palacio, las primeras termas imperiales de que disfrutó el pueblo, caracterizadas por la duplicidad de sus elementos a ambos lados de un eje común. Si el Coliseo fue el prototipo de otros muchos anfiteatros, las Termas de Tito iniciaron la serie de instalaciones termales provistas de grandes palestras, que no sólo fueron lugares de esparcimiento, sino exponentes de la autoridad y la grandeza de la Roma imperial.
Aparte de su valor como obra de ingeniería, el Coliseo era también una obra de arte: el pórtico del coronamiento del graderío, con sus columnatas de cipollino y de granito gris, desplegaba todo el boato que caracteriza a las grandes empresas de la dinastía burguesa de los Flavios. Relieves de mármol y de estuco, apenas conservados aquí y allá, abundaban entonces en la cávea y en la infinidad de logias y galerías. De todo ello queda en el interior una enorme carcasa, y sólo por fuera, donde las novedades eran de tono menor, tenemos el perímetro de la enorme elipse de más de medio kilómetro de envergadura y gran parte de su fachada curva original, con su circunferencia de ochenta arcos de medio punto. El diseño de la fachada no podía ser más conservador: tres arquerías sobre pilares con columnas adosadas en tres órdenes superpuestos, dórico-toscano, jónico y corintio, con áticos de poca altura intercalados entre los órdenes. Como coronamiento, un ático de gran altura que encerraba el último de los sectores del graderío, el maenianum ligneum, expuesto a los incendios como todas las construcciones de madera, pero añadido como un mal necesario para aumentar la capacidad del edificio y de sus 50.000 localidades.
Los teatros de Pompeyo, de Balbo y de Marcelo, el anfiteatro de Estatilio Tauro, y naturalmente el Tabularium tenían acostumbrado al pueblo de Roma a las fachadas de arquerías con órdenes griegos adosados. En ese sentido el Anfiteatro Flavio no aportaba novedad alguna, pero la estructura interna de corredores y muros ortogonales y de bóvedas alveolares; toda la infraestructura de la arena, sentaron principios definitivos.